Psicoanálisis no es psiquiatría. El psicoanálisis no concibe los conflictos y los padecimientos como “enfermedades”.
No recurre por lo tanto a medicamentos.
Los padecimientos más frecuentes de la época: la depresión, la angustia, las inhibiciones, los miedos o los pensamientos obsesivos incontrolados, y tal vez cualquier malestar que se ha vuelto insoportable, pueden encontrar en el psicoanálisis un tratamiento posible, a veces una resolución.
Un padecimiento puede ser el resultado de una decisión que no se ha sabido o no se querido o no se ha podido tomar. De un conflicto que se ha intentado eludir o ignorar sin resolverlo. De un dolor o un malestar que la persona, sorprendentemente, no se decide a perder o abandonar. De una pérdida que, sin embargo, no se termina de perder. A veces, de un saber o una verdad que no se sabe cómo soportar.
Suele ocurrir que el conflicto que genera un malestar se olvide, pero el malestar persiste. O desaparece temporalmente y más tarde vuelve pero ya sin que se recuerde el conflicto que le dio origen con lo cual es más difícil desprenderse de él. Puede ser que el conflicto olvidado se exprese en trastornos en el cuerpo o en el pensamiento o en la conducta pero en un lenguaje de símbolos incomprensible para quién los sufre y para quienes lo rodean. A esto se suma una especie de complacencia oscura y difícil de explicar con el malestar, que prolonga un padecimiento indefinidamente.
El psicoanálisis promueve un diálogo. Las formas, los modos, el curso mismo de ese diálogo no están establecidos previamente. Resultan del encuentro de cada persona particular con un psicoanalista. Y es de ese diálogo que puede surgir la verdad que oriente a quién consulta.